Leyendo "El arte de tener razón" de Schopenhauer, una lectura muy entretenida que recomiendo, me encuentro con un discurso sobre la Opinión universal, aquella que es sostenida por la mayoría de la gente y a la que ciertas personas apelan como apoyo a sus argumentos para así conseguir "tener razón" de manera indiscutible:

Lo que se llama opinión universal es, considerando claramente, la opinión de dos o tres personas; nos convenceríamos de ello si pudiéramos observar la formación de una de estas opiniones universalmente válidas. Veríamos entonces que son dos o tres personas las que al principio la adoptan o plantean y afirman, y con quienes se fue tan benévolo de suponer que la habían examinado bien a fondo: sobre el prejuicio de la capacidad suficiente de estos, otros fueron a su vez adoptando la opinión; y, por su parte, a estos les creyeron muchos otros cuya indolencia les aconsejó mejor creer sin más que comprobar fatigosamente.

Así creció día a día el número de tales partidarios indolentes y crédulos: pues como la opinión ya tenía un buen número de voces a su favor, los siguientes partidarios pensaron que solo lo podía haber conseguido gracias a lo bien fundado de sus razones. Los que quedaban fueron viéndose obligados a admitir loque era generalmnete admitido para no pasar por cabezas inquietas que se rebelaban contra opiniones de universal validez y sujetos impertinentes que pretendían ser más listos que el mundo entero.

En ese punto el asentimiento se convierte en una obligación. De ahí en adelante, los pocos capaces de juzgas se ven obligados a callar: y a quienes les está permitido hablar son aquellos que son totalmente incapaces de tener opiniones propias y un juicio propio, que no son más que el mero eco de opiniones ajenas, no obstante lo cual son defensores tanto más celosos e intolerantes de las mismas. Pues lo que odian en el que piensa de otro modo no es tanto la opinión destinta que éste profesa como el atrevimiento de querer juzgar por uno mismo: cosa que ellos jamás se resuelven a hacer y de la que en el fondo son conscientes.

En suma, son muy pocos los que pueden pensar, pero todos quieren tener opiniones: ¿qué otra cosa cabe hacer entonces sino tomarlas de otros, ya del todo listas, en vez de forjarlas por sí mismos?

Siendo así las cosas, ¿de qué vale la voz de cien millones de personas?

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