Todo hacía indicar que tan solo era un día más de verano. Un día en el que las altas temperaturas parecían susurrar que no había mejor lugar en el que estar que en el fresquito del hogar, junto a la tranquilidad de un buen libro y algo para picar. Un día de esos en los que te levantas ya cansado, como si el haber dormido durante horas solo hubiera conseguido entumecer tu cuerpo aún más. Un día de esos en los que te encuentras inseguro y temes de forma irracional que todo aquello que pueda salir mal lo haga sin dudarlo.
Ahora me doy cuenta de cuan equivocado estaba entonces creyendo que tan solo era un día más...
Como ya he dicho, el verano parecía aferrarse con fuerza y se negaba a abandonarnos, como el soldado que sabe que acabará muriendo en la batalla pero decide luchar con todas sus fuerzas hasta ese momento. Mi madre se había marchado unos días a la playa junto a su novio, y mi hermana estaba en Vigo junto a la familia de su pareja visitando a unos familiares de este último. Todo ello daba como resultado el que yo me encontrara completamente solo y abandonado en mi casa. La cosa no hubiera tenido mayor trascendencia si no hubiera sido por mi total ineptitud frente a los utensilios domésticos. No era ya que desconociera los pequeños trucos y técnicas para llevar a cabo muchas de las tareas diarias que se realizaba con los electrodomésticos. Simple y llanamente muchos de ellos eran completos extraños para mí, y su función principal se me escurría como el propio verano haría cuando llegara su momento.
Tan solo me veía lo suficientemente capacitado para utilizar regularmente el lavavajillas y la lavadora. El primero por haber visto a mi madre en continúas ocasiones introducir el juego de botones que lo ponía en marcha y colocar la pastilla correspondiente en su lugar idóneo para el lavado. Y el segundo por contar apenas con seis botones, por lo que hacerlo funcionar presuponía que sería un mero juego de niños. Pues bien, con el primero todo fue como imaginaba, y tras acabar el lavado me sentí orgulloso de que acciones que requerían tan poco esfuerzo como apretar un par de botones pudieran conllevar una limpieza tan pulcra de platos, vasos, cuchillos, tenedores y cucharas. El enorme éxito hizo que me creciera e hinchara. Ese fue un grave error, como me pude dar cuenta más adelante. Qué simple parecía todo en ese momento...
Creo recordar que fue el decimocuarto día de soledad cuando me vi en la necesidad de poner mi primera lavadora. Había intentado aplazar de todas las formas posibles este momento, pero pronto descubrí que los calzoncillos solo contaban con dos caras y que la búsqueda de una tercera podía tener fatales consecuencias (pasé de doce a cuatro calzoncillos en apenas unos días). Fue ese mismo día en el que el verano parecía negarse a despedirse. Mientras leía con tranquilidad, un fuerte olor fétido procedente de la ropa sucia acumulada frente a la lavadora se acercó, silencioso, al lugar que ocupaba en el sofá del salón. Parecía uno de esos olores que pueden llevar fácilmente días fraguándose, y de los que solo cuando son lo suficientemente desagradables tienes constancia. Como si el propio olor buscara ser lo más vomitivo posible y evitara ser percibido en un estado intermedio en el que no lo fuera en suficiente medida. Decidí que, tal como se presentaba la situación, debía actuar lo antes posible. No sin esfuerzo, conseguí despegarme de las prendas que llevaba adheridas en ese momento y añadirlas a la montaña que se acumulaba frente a la lavadora. Hice un esfuerzo aún mayor para no ensuciar más las prendas con aquello que había ingerido hace apenas unas horas. Finalmente, conseguí introducirla en la lavadora. Ahora solo debía probar alguna sencilla combinación de botones que consiguiera que empezara a funcionar la lavadora. Parecía simple, pero nada más lejos de la realidad.
Lo que sucedió en ese momento todavía no lo tengo demasiado claro, por no hablar ya de intentar asimilarlo o mucho menos de entenderlo. Muchas veces he llegado a considerarlo como un truco de mi propia mente, como algo que realmente no sucedió pero yo insistí en imaginar. Ha permanecido en ese grupo mental en el que todos hemos llegado a clasificar algunas cosas que, por no poder explicarlas, preferimos evitar darlas demasiadas vueltas si no olvidarlas.
Continuará...
Etiquetas: Reflexiones
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